Sobre lo que el dólar no puede comprar



Era tarde y pateaba la noche hace rato, me pesaban los ojos, se me ataban las piernas y había dejado varias botellas vacías. En un momento me quedé estático, paralizado mirando al piso, había una fuerza magnética que no me dejaba avanzar. Levanté la vista y reconocí el portón bordó enseguida, bueno ya no era bordó, ahora era aburrido y negro, pero sabía que era ese. Casi como un impulso me colgué, pasé primero una pierna y después la otra, estaba adentro.

Había, como antes, un aroma a dama de noche que me invadía y me hacía sentir más libre. Me saqué las zapatillas y camine descalzo por el pasto fresco del rocío. Corté una flor, me mojé los pies en la pileta y me quedé sentado un rato largo en el tronco del nogal cortado, que tuviera, tiempo atrás, en la copa, a mi casita del árbol. No hice nada malo, o al menos, eso creo.

Si, es verdad, el jardín no fue suficiente. La puerta de atrás estuvo siempre rota y se abría con una patadita en un lugar preciso. Seguía funcionando. Pero adentro había una sensación de vacío intolerable, las cosas que más cambian siempre son las que no se ven. No me quise quedar mucho tiempo más. Mientras veía el living, espiaba un cuarto y caminaba por la cocina me acordé de peleas, gritos, retos, muertes.
Volví afuera. Nunca hay malos recuerdos en el jardín. Mirando el cantero, donde con mi hermano buscábamos bichos bolita y hormigas, sentí que esa era mi casa y tenía ocho de nuevo. Sabía que no existía guita o cheque que comprase las ventanas rotas por mis pelotazos, las palmeras marcadas con navajas y con cicatrices que dejaban leer el nombre de mi primera novia.

Sentí que ni el dólar o una tarjeta podía comprar esa pileta donde había pasado tantos veranos calurosos y menos aún el banquito abajo del rosal donde me dejó esa misma chica, con su nombre en mi palmera, porque le gustaba mi mejor amigo. Cómo era posible que un papelito verde me quitase el rincón donde me escondía a llorar o esa última esquina de sol que iluminaba la tarde y donde tomaba el nesquik.
La plata podrá comprar una casa pero no mi casa del árbol, no mis risas o mis tristezas en ese jardín. Por eso, cuando vi llegar al patrullero estaba tranquilo, sabía que no existía cargo alguno del que podría ser acusado. Disculpe señor juez, pero eso no fue violación de la propiedad privada, yo solo estaba en mi jardín. Mi casa de la infancia siempre será mi casa.

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