Los bancos matan a la comedia


Cuando era chico, me creía muy gracioso. De hecho, en parte lo sigo creyendo. Pero algo dentro mío, comprendió que mis insultos, mis morisquetas y mis estupideces no eran comedia. Esto pasó la primera vez que vi a Les Luthiers.

Yo era apenas un borrego, mi mamá había vuelto del trabajo con una gran cantidad de sobrecitos naranjas con cds adentro. Eran películas, truchas claro. Una pila enorme: con clásicos como Indiana Jones, con animadas como Madagascar u otras más olvidables como las de Scooby Doo. Me devoré esas películas, las vi durante muchas tardes, una detrás de la otra. Cuando volvía del colegio, a la hora del té mientras tomaba nesquik, los domingos aburridos.

Sin duda, muchas de ellas quedaron en mi recuerdo, pero había algo abajo de todas esas películas que me esperaba ansioso. Una tarde dominguera, me encontré sentado frente al DVD con los sobres en las manos, sin saber cuál volver a ver. Podía repetir Indiana Jones en busca del arca perdida, me encantaba la parte que había un enfrentamiento entre un árabe y el explorador. No se si la recuerden, es esa en que el villano saca una espada y empieza a hacer movimientos espectaculares, en lo que Indiana Jones saca su pistola y lo mata de un balazo.

Esa parte siempre me hacía reír, pero ¿qué sabía yo lo que era hacer reír en ese entonces?

Al final de todos esos sobrecitos, había tres a los que nunca había prestado atención. Todos llevaban la inscripción Les Luthiers, y una frase que completaba el título. Pensé que se trataba de alguna trilogía, al estilo de El Señor de los Anillos: el retorno del Rey, Las dos Torres y La Comunidad del Anillo. Estos se llamaban Les Luthiers: vigesimo aniversario, Les Luthiers: todo por que rías y Les Luthiers: unen canto con humor.

“Se tratará de una serie de películas cómicas”, pensé por los títulos. “¿Qué será vigesimo?”, me pregunté. Solo había una forma de responder estas dudas, así que puse el disco y le di play.

Este grupo ecléctico de cómicos se metió de lleno en mi corazón, con chistes inteligentes pero a la vez absurdos. Mundstock, López, Rabinovich y todo el conjunto de humoristas me llevaron a reír hasta las lágrimas. Lograron lo más complicado que existe: hacer feliz a alguien aunque sea por un minuto.

Tiempo después, tuve la suerte de verlos en un hermoso teatro, cuando aún estaba Rabinovich. Hoy ese teatro es un banco y ni Daniel ni Marcos se encuentran con nosotros. La comedia inteligente de a poco se va extinguiendo. Los bancos siguen aflorando y quienes me hacían reír en la infancia ya no están. 

Pero siempre tendremos el recuerdo. Quedará en mi cabeza para siempre Johann Sebastian Mastropiero, o “el famoso compositor cuyo nombre escapa a mi memoria”. Nunca me olvidare de Esther Píscore, ni de la modificación del himno nacional.


Gracias a ellos, me di cuenta, que ser gracioso no era nada fácil. Que la comedia era un trabajo arduo. Gracias por las risas.



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