Trabajos recuperados

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Hace unos días estaba ejerciendo la, poca habitual, tarea de ordenar mi cuarto. Al abrir un cajoncito salió disparada una cantidad ilógica de papeles, digo ilógica porque la cantidad de papeles no coincidía en absoluto con el tamaño diminuto del cajón de la mesita de luz. Entre tanto papelerío encontré un escrito que me era familiar y me pareció oportuno compartir; es un ejercicio para la facultad que en ese momento, y ahora mismo también, me pareció genial. A continuación pasaré a explicar la tarea: en 1947 Raymond Queneau, un escritor, poeta, lingüista, algo trastornado y que siempre llevaba un anteojos culo de botella, escribió un libro llamado "Ejercicios de estilo" donde se propone escribir la misma historia noventa y nueve veces. Atención! cada vez que se escriba la historia deberá hacerse cambiando el estilo con el que se narra sin cambiar la historia. Así noventa y nueve veces. La primera narración deberá ser llana, solo explicará los hechos sucedidos en nuestra historia inventada, para después, re interpretarla de muchas formas distintas.  Los otros estilos pueden ser: retrogrado, zoológico, amanerado, metafórico, gustativo y noventa y cuatro más.
Por mi parte elegí, y en orden, el relato normal, comedia, metafórico y zoológico. 
Transcribo el ejercicio de hoja A4 a computadora 

Gramática

Ejercicio pág. 10

Ejercicios de estilo:

En un estadio de Buenos Aires, noche de invierno y últimos minutos del partido, dos jugadores se acercan al punto penal luego de que el colegiado pitara penal. Uno de ellos llega antes y el otro se enfada con el primero, discuten pero llegan a un acuerdo de quien ejecutará. El segundo se decide a patear, toma carrera y dispara. El balón se va varios metros por arriba del travesaño. La hinchada y el primer jugador insultan al ejecutante.


Comedia:
ACTO PRIMERO
Escena I
(En Humboldt 390 cancha de Atlanta, noche fría y un ambiente tenso.)
El Colegiado (Levanta el brazo y hace sonar el silbato): ¡Penal!
(La platea donde se encuentran los hinchas de Chacarita se deshace en insultos hacia el Juez)
Número 2 de Chacarita: No, ¿cómo vas a cobrar penal papá? ¿Estás loco?
Número 10 de Chacarita (Desquiciado): ¿Qué hace’ gil? Esta chicato el nabo este. ¡Localista!
Número 2 de Chacarita: Tranquilo amigo, ya está, ya cobró.
Escena II
(El Pela lleva la pelota al punto penal y la apoya cariñosamente; atrás de él trota Chelo)
El Pela: ¡Vamo Atlanta, dale que lo ganamos!
Chelo: Eu Pela ojo que le pego yo eh.
El Pela: Raja de acá, este es mío muerto.
ACTO SEGUNDO
Escena I
(Ambos jugadores de Atlanta, se encuentran al lado del manchón y discuten acaloradamente hace varios minutos)
El Pela: No te olvides que yo soy el capitán.
Chelo: Y vos no te olvides que erraste los últimos siete penales que pateaste.
El Pela: Lo que pasa es que ando mufado negro, entendeme. Mi jermu me dejó y estos botines nuevos que me compré son espantosos.
Chelo: ¡UH! No me pongas en este aprieto. Vamos a dejarlo al azar.
(Todos los demás jugadores miran incrédulos la escena, mientras cuchillean por lo bajo y tiemblan por el frío)
ACTO TERCERO
Escena I
(Los protagonistas de la escena se miran a los ojos profundamente)
El Pela y Chelo (Al unísono): Piedra, papel y tijera ya.
(El Pela muestra una tímida tijera que la piedra de Chelo destroza)
Chelo: ¡Vamos! (ahora reconciliador) Disculpa viejo la próxima será.
(Chelo desacomoda y acomoda la pelota, la deja y toma carrera)
Chelo: ¡Ufff!
Escena II
(Chelo avanza decididamente con la mirada puesta en la pelota, después de tres pasos sacude la esfera que se eleva demasiado y termina en la tribuna)
Hinchada (Coreando): Muerto, andate ladrón. 
 El Pela: A mí me habrá dejado mi mujer pero ¡vos sos malo enserio!

Metafórico:
La oscuridad envolvía las lejanías de la ya dormida gran ciudad. La estructura de caños y fierros encerraba a mil apasionados helados hasta las tripas que dejaban escapar sus almas alentando a su doloroso amor. Las agujas ya casi besaban el final de la lucha y a lo lejos los muñequitos de plomo se chocaban entre sí. Unas piernas se abrazaron dentro del área prohibida y sus tibias colisionaron en un arrebato de locura. El aullido de un silbato desgarró la atmosfera y la multitud perdió la capacidad del habla, sus alientos se fueron  volando con el viento. El enemigo, que estaba próximo, maldecía a los ancestros del Dios Castigador que había sancionado esa muerte súbita.
Escalones más abajo la verde pradera lloraba por las pisadas de esos conjuntos de clavos que se frenaban y volvían a arrancar. La pradera se marchitaba.  Las piernas como tractores avanzaron imperiosas con el poder de esos gemelos prendidos fuegos y las bocas cargadas de balas para dispararle al culpable de su tragedia. Una montaña con extremidades con el número dos en la espalda le rogaba que reconsidere su decisión, un pequeño trapo que rezaba el número diez y andaba colgado de un esqueleto apoyó el paredón que llevaba en el rostro contra el paredón del asesino de sus sueños.
Los dueños de la casa enloquecieron como colegialas y se frotaban entre sí. Deshaciéndose de los retazos que cubrían su cuerpo para hacerle frente al frío pero estaban protegidos por el calor intenso de su pasión. Las líneas de cal formaban un rectángulo dentro de otro, uno más grande y fuera de estas figuras geométricas un medio circulo se desprendía delimitando perfectamente el corral en el que ahora se encontraban aglomerados, como sardinas, la casi docena de piqueteros. Del destino de la esfera, si uno caminaba unos pasos eternos se encontraba un punto final como el que se encuentra en los textos.
Dos seres ambiciosos realizaron un trote hacía el manchón donde se construyen los sueños y uno de ellos amamantaba un bebe precioso que se convirtió en esfera cuando lo durmió en la cuna blanca mientras lo acariciaba enamorado; el otro le rezaba a mil dioses. El segundo pretendiente con sus ojos clavó un cuchillo a su compañero y le escupió mil improperios, por esos labios agrietados que enmarcaban la sala oscura y vacía que suponía su boca.  El azar se convirtió en su pacificador, y gracias a algún planeta alineado y un juego de sobrinos, el vuelo de una temerosa ave choco contra la piedra.
Las patas flacas como palos de escoba o patas de teros; las medias bajas revelaban el temblor de músculos. El frío se le clavaba en cualquier lugar desprotegido pero él solo tenía ojos para ella y desatendía los gélidos cachetazos esperables de la época que encuentra a la naturaleza desnuda. Sus armas enfundadas por botines cortaban las lenguas del viento a medida que avanzaban en la corrida infinita que lo coronaría en la gloría menos santa. Volvió sus ojos hacia la red que acogería a la esfera pero la luz deslumbrante de su blanco marfil nublo al verdugo. Sus extremidades se confundieron y se ataron en un nudo, los pensamientos se le atrofiaron y la estocada final que daría fin a la batalla se animo a escaparse, endiablada, por los lugares más repugnantes que ese balón díscolo verá alguna vez. La caprichosa redondez miró de lejos la lúgubre escena de la tragedia más triste jamás contada.
Una lluvia de dagas hirientes destrozaron el autoestima del perpetrador del crimen más grande para alguien de su especie, más la espada que más lo lastima es la de su amigo, el que eligió el ave, que parecía vomitarle que el azar no resuelve nada.

Zoológico:
Esa jaula enorme era hábitat de varias especies. Esa noche el frío polar pasaba por entre los barrotes pero a los gorilas y monos, que se encontraban en las partes más elevadas del recinto, parecía no importarles porque andaban sin camiseta colgados de los postes de iluminación o las vallas de contención. Andaban saltando y subidos uno arriba del otro golpeándose el pecho y gritando. Entre ellos también se encontraban algunos gallos y gallinas que no paraban de cacarear  por el reciente rugido del León, jefe de aquella caja y encargado de impartir justicia en lo que sucedía en la sabana. El manto verde se extendía por todo el suelo y era el centro de atención de monos y gorilas, gallos y gallinas. Allí once bestias contra once luchaban a pezuña y colmillo por empujar la pelota dentro del arco de madera. El Juez melenudo cortó el juego por un foul de un toro que, con un topete, había interrumpido el avance rapidísimo de una gacela adversaria. Las aves se callaron el pico y se arrancaron las plumas, los primates festejaron.
Un elefante de avanzada edad con su casaca número dos ajustada se acerco implorando y gimiéndole al León, que no aceptó que le discutieran su autoría. Un ratón caminaba como loco arrastrando una camiseta que le llegaba a los talones y erguiéndose ante las garras del felino le protestó con una voz aguda la decisión tomada y le recriminó que “el línea era un topo que estaba más ciego que su abuela”. El Rey bufó, su compañero lo apartó.
La pauta ya había sido dada, un penal se patearía justo cuando faltaba que caigan unos pocos granos de arena del lado donde se amontonaba todo el resto. Dos hienas se encaminaron hacia el balón, Kha lo tomó primero y se burló de su compañera. Booba no iba a permitir que su amigo lo ofendiera así, le sacó la lengua y le recordó lo débil que era. Luego de unos minutos en los que se la pasaron mostrando sus afiladas dentaduras pero sin pasar a mayores riñas, decidieron que lo mejor para el equipo sería dejarlo al azar y que ninguno se convierta en presa. -Piedra, papel y tijera ya- aullaron los peludos. Kha mostró dos largos y finos dedos que concluían en unas garras; Booba lo destrozó con sus cuatro dedos cerrados en el puño.
Booba, en cuatro patas esperaba la orden del poderoso León  para salir corriendo en ese desbocado y gracioso desfile de unas patas más cortas que las otras. Al final el hocico terminaría impactando la bola blanca, que saldría disparada por arriba del tronco superior y se escaparía por entre los barrotes. Toda la hinchada confundió ese balón perdido con una garza despistada que andaba volando por ahí. Los monos se enfurecieron y llenaron el campo de juego y al ejecutante en cascaras de bananas, mientras su amigo se reía cruelmente de él. 

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