La realidad mata a la leyenda





En un hospital, se pone el punto final a la mejor leyenda alguna vez escrita en Rosario: la del “Trinche” Carlovich, la del jugador fantasma, la del mito del potrero rosarino. Su figura se alza envuelta en una nebulosa de misterios y relatos grandilocuentes. Cómo salido de la pluma del Negro Fontanarrosa, Tomás Felipe Carlovich tiene en su haber infinidad de anécdotas con tintes míticos que nos impide saber qué es verdad y qué es falso. 

Él fue el chico que amó con fervor a la pelota y se divirtió con ella hasta el último día que entró a una cancha. Él fue el galán que la saco a bailar, con presencia y picardía. El Trinche es la síntesis del fútbol rosarino: es el lirismo, el atrevimiento, la elegancia, el romance. Decían que una vez que agarraba la pelota no se la podían sacar, decían que una vez que te hacía un caño te esperaba para volver a hacer pasar el balón entre tus piernas, decían que él solo quería disfrutar, decían que jugaba en el aire como flotando, decían…

Los relatos mágicos de este jugador de potrero corrían por todos los bares, boliches y canchas de la ciudad. Pronto el país entero se hizo eco de la historia del cinco de un equipo de segunda división que dejó en rídículo a la selección argentina, en un partido amistoso antes de viajar al mundial de Alemania en el 74. Treinta y cinco mil personas estuvieron presentes la tarde que Carlovich humilló a nuestra selección. Todos los habitantes de Rosario aseguran haber estado en las gradas. Todos los que tenían edad para andar correteando por ahí en 1974 afirman haber visto con sus propios ojos como Carlos Timoteo Griguol tuvo que cambiar al Trinche porque así se lo pidió Vladislao Cap, técnico de la selección. Los estaba destrozando. Si contamos a todas las personas que se jactan de haber estado ahí, el partido debería haberse jugado en el Bernabéu.

Esa noche es como la del 25 de junio de 1978, o la de 29 de octubre de 1986 en la que River Plate alzó la Copa Libertadores frente al América de Cali. Una cantidad absurda de personas dicen haber celebrado esos triunfos en las tribunas, pero muchos saben en su interior que estaban en sus casas.

La fantasmagórica figura del jugador se fue desvaneciendo con el paso del tiempo. Casi no hay fotos, apenas algunos recortes y ningún video. Los amagues, los goles y los caños del Trinche solo existen en el recuerdo de todo aquél que lo haya visto con sus ojos. Dichosos los chicos que pasaban las tardes en el club Central Córdoba, benditos los jugadores que lo vieron a tan solo centímetros moverse en puntas de pie, afortunados los rosarinos contemporáneos que hoy rememoran los días en que vieron jugar con el corazón al pibe que entendía a la perfección la esencia del fútbol.

En piedra quedaron grabadas las hazañas del chico que prefirió quedarse en el club que amaba, en vez de irse a jugar al Cosmos de Pelé. Nunca, nadie olvidará al tipo que con la pelota en los pies era feliz. Cuentan que Maradona, cuando llegó a Newells, sintió en la planta de sus pies que a esa tierra ya la había pisado alguien que estaba hecho de su misma arcilla. Muchos años después, en el 2019, Diego conoció al responsable de esas pisadas. El fútbol no los unió en la cancha; podrían haber jugado juntos, pero el Trinche eligió otro camino. El fútbol los unió fuera, ya grandes y nostálgicos. Tanto el uno como el otro admiraban a quién tenían en frente.


“Trinche, fuiste mejor que yo”, le firmó Diego en la camiseta de Central Córdoba.

“Ahora ya me puedo ir tranquilo”, se despidió Carlovich y se abrazaron.


A fuerza de épica, se creó la leyenda de Carlovich. La leyenda de este pibe sencillo y humilde, la de este rosarino que amaba a su ciudad y nunca se quiso alejar, la del futbolista que era mejor que Maradona. Hoy, su amada ciudad le quitó la vida. La Rosario de la violencia le ganó al mito. Un joven delincuente, ignorante de los viejos relatos épicos, asesinó al personaje principal. La realidad venció a la leyenda. Se escribió el capítulo final.

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