Mis recuerdos preferidos


Mis tres recuerdos preferidos son uno solo, pero divididos en tres. Uno solo con tres partes, con principio, nudo y desenlace. Ojo, no lo hago de vago, perfectamente podría haber elegido tres distintos, separados por largos lapsos de tiempo. No es que sufrí de algún tipo de trauma o golpe por el cual solo puedo recordar cierta parte de mi infancia. Y sí, acabo de decidir que la consigna recuerdos preferidos solo puede ser resuelta visitando los cajones de la niñez. No ha pasado tanto tiempo desde nuestra adolescencia como para que los sucesos que allí pasaron puedan volverse preferidos. Los recuerdos preferidos tiene olor a tortas recién hechas, a abuelas con colonia. Los recuerdos preferidos tienen una sensación de una frutilla en la rodilla. Mis recuerdos, casualmente, tienen un poco de todos estos condimentos: las tortas eran tostadas, las frutillas eran por el fútbol o la bici y todo esto pasó entre las calles de la casa de mi abuela y su jardín. Como también ya les dije, tiene un principio, un final y un desenlace. Además, y vale la pena avisar, cuentan con una pincelada nostálgica, que le agrega romanticismo. Siempre pensé que nuestras infancias fueron mucho más aburridas que las de nuestros papás, por eso es necesario ponerle un filtro sepia. 

Principio: la mañana cuando era chico arrancaba temprano para mí, me iba a ver El Zorro y desayunaba solo. Me creía un poronga, ahí sentado con mi nesquik, las tostadas untadas por mí y la posesión del control remoto. No sé cómo, en algún momento marcado por el reloj biológico de los niños, algo dentro de mío me decía que ya era hora de salir, y que los vecinos también ya estaban listos. Casi por arte de magia, salíamos los dos al mismo tiempo, con la bici preparada. Eran días calurosos, así que andábamos tranquilos con la bici, por la sombra, juntando naranjas para tirarles a las ruedas de los autos. Después llegábamos hasta un baldío (sí un baldío, ¿cuando fue la última vez que viste un baldío?) y nos tirábamos a charlar o hacíamos una pista de obstáculos con palos, piedras y tierra. Era como estar de vacaciones sin padres, nos habíamos ido lejos de casa. Unas peligrosas seis cuadras nos separaban de nuestras mamás. Hacíamos carreritas, nos tirabamos naranjazos y, a veces, las probábamos pero siempre estaban feas. Éramos los dueños del barrio, desde Pirovano hasta Pacheco teníamos el control.


Nudo: Después de la comida se venía el clímax caliente de día. Partidos increíbles en la calle, con las patas sintiendo el asfalto caliente que había dejado el sol. Puedo decir que en esos partidos desarrollé mi amor desquiciado por la pelota. Jugábamos mucho, nos sacábamos las remeras chivadas, había peleas, enojos, goles gritados en la cara. Ese momento lo era todo. Pero debo admitir, muy a mi pesar, que en un momento los partidos en la calle se reemplazaron por los partidos en la play.


Desenlace: Un grito o una campana, nos sacaba del ensimismamiento del juego y empezábamos a oler las tostadas con manteca. La re puta madre que ricas que eran esas tostadas con manteca, nunca más pude hacer unas igual. Con manteca sola, nada de dulce de leche o azúcar. Una baguette entera de puro placer. Que lindos eran los días cuando podíamos vivir afuera. Por suerte esto de la maldita cuarentena no me paso a los ocho, ¿un día sin salir? me suicidaba, me trepaba a las paredes, mis papás me echaban por hinchapelotas. Bueno un poco como ahora…


Estos son mis recuerdos preferidos, no son ni uno solo ni son tres, fue una etapa de mi vida.

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