Prohibido bajar los brazos

Víctor Navarro, recibe una carta, con la estampilla de Buenos Aires, que le manda su hermana para explicarle que consiguió trabajo para los dos y una pensión para dormir. Junto con la carta hay un pasaje de micro sin vuelta, desde Salta capital hasta Retiro en la capital del país. Unas semanas más tarde, Víctor, de piel morena y pelos negros, arribó a la estación de Retiro y la ciudad le pareció enorme, se le abalanzaba sobre sus dieciocho años. Caminó varias cuadras hasta la esquina que forman las calles Defensa y Estados Unidos, en el barrio de San Telmo, y sacó un papelito para confirmar que era ese el lugar donde debía presentarse para trabajar: Bar Mi Tío. El fileteado porteño en vivos verdes, rojos y amarillos validaba lo que decía el papel arrugado. La puerta de madera estaba abierta de par en par y su hermana lo saludaba desde abajo del dintel.

Treinta años trabajó Navarro incansablemente en Mi Tío para  mantener a su familia, ese fue su primer y único empleo en Buenos Aires. Treinta años pasaron desde ese día hasta el miércoles 29 de marzo del año corriente, en que llegó a las nueve como de costumbre pero la puerta y las ventanas estaban tapadas por la cortina de metal. El Chino, espiaba por la rendija de la puerta pero adentro las luces estaban apagadas. No había nada porque preocuparse, quizás el dueños se había atrasado o había tenido algún accidente. Ninguno tenía las llaves, así que decidieron sentarse en el cordón de la vereda a esperar que vinieran a abrir. En algún lugar de Buenos Aires le sonó, varias veces, el celular al propietario de Mi Tío pero nunca contesto. Desconcertados, los cuatro empleados del turno mañana se fueron a sus casas y le avisaron lo sucedido a los cuatro del turno tarde.

Tres días se repitió lo mismo: la cortina metálica baja, llamadas perdidas al dueño y ni una sola noticia de él. Los ocho empleados se habían quedado sin trabajo, sin cobertura médica y sin jubilación; nadie se los avisó previamente. El primero de abril, se pusieron de acuerdo para no bajar los brazos y tomaron la decisión de seguir luchando por aquello que les dio de comer durante tanto tiempo. Con el apoyo de la gente del barrio hace tres semanas reabrieron el bar y comenzó la odisea de resistir ante la desocupación y defender su fuente de trabajo. Colgaron carteles de las paredes y bajo el lema “De Mi Tío no nos vamos” están luchando por recuperar su empleo.

Julio Navarro, el salteño ahora panzón, con los pelos negros engominados para atrás, pantalón negro y camisa adentro, se le acerca a una pareja de “gringos” (como el los llama) y les pregunta con una sonrisa enorme que van a querer comer. Después se da media vuelta y arrastra los pies fatigados desde la mesa hasta la cocina.

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“Ayer dormí acá, nos vamos turnando para que siempre haya alguien por la noche, me tire un colchón entre las mesas pero no pude pegar un ojo. Estamos cansados pero muy contentos porque nos propusimos salir adelante y sé que lo vamos a lograr”, cuenta Navarro que se le nota el cansancio en los ojos pero la esperanza en la voz. El Chino le grita a Víctor que se apure que ya salió la pizza de los turistas y con el pasó cortito va a buscar la muzzarella con jamón. “La mejor pizza de San Telmo”, les dice a la pareja mientras abre dos Quilmes. Nacho, un viejito casi pelado con unos anteojos de carey, se levanta de manera dificultosa de su silla y se acerca hasta el Chino para darle un abrazo. Vive hace sesenta años en Carlos Calvo (a dos cuadras de Mi Tío) y hace sesenta años que va a comer ahí y ahora más que nunca le viene “a  hacer el aguante”.

Es la hora del almuerzo y cada vez entra más gente a Mi Tío, todos saludan a los empleados y a muchos les contestan por el nombre. Desde que reabrieron el local y los vecinos se enteraron la problemática de estas ocho familias, todos los días por la noche y el mediodía el bar rebosa de gente de la zona. Gracias al boca a boca, cada día se acercan personas que solo vienen a  tomarse un café o, simplemente, a dejar una colaboración en la caja que está arriba del mostrador con la leyenda: “Fondo de los trabajadores”. En las redes sociales también comenzaron a circular mensajes de apoyo a los empleados y en Twitter bajo el hashtag #DeMiTíoNoNosVamos muchos clientes suben fotos de la lucha constante de los ocho  combatientes y sus familias.

El celular del dueño de “La mejor pizzería de San Telmo” sonó muchas veces más pero nunca lo contestó. Se le mandó una carta de documento para que se presente a una audiencia la semana pasada y no hubo rastros ni de él ni sus abogados, el 18 de abril faltó a la segunda audiencia en la que se le iba a notificar que querían que le entreguen el bar para iniciar el proyecto de una cooperativa entre todos los empleados. Ilusionados ya barajan nuevos nombre para el proyecto que tienen por delante: “El aguante”, “La resistencia” o “El bar del barrio”, son algunas de las opciones siempre alusivas a su situación y al apoyo incondicional de la gente de San Telmo.

Son las cinco de la tarde y se hace el cambio de turno. Las mesas ya están más vacías, solo queda un viejo leyendo el diario, que cada vez que le da un sorbo al café se mancha los bigotes blancos. Afuera hay dos mujeres murmurando y lanzando carcajadas de vez en cuando. Víctor Navarro se despide del Chino y los chicos de la cocina, sale del bar para ir a la parada del 28 y llegar a su casa en Valentín Alsina para un merecido descanso junto con su mujer, sus tres hijos y su nieto. Hoy le toca quedarse a dormir al Chino así que se va al sótano a descansar, por lo menos hasta las nueve, que va a venir su esposa a comer con él y le hará compañía a la noche. “Lo más importante es que tenemos el apoyo de la gente y de nuestra familia, pase lo que pase yo sé que vamos a haber dejado todo”.  En San Telmo, en la esquina que forman la calle Defensa y Estados Unidos no están bajando los brazos.

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