Altamar




Vivir cerca de la costa significa, sin lugar a dudas, amaneceres de niebla y olor a sal. Vivir cerca del puerto significa, indefectiblemente, salir con un marinero, largos días y noches mirando el horizonte en busca de un asta, prender velas los atardeceres violentos, esos que mezclan las nubes violetas cargadas de rayos con el mar enfurecido, negro y espumoso.

Vivir cerca de la costa significa, sin lugar a dudas, trabajo seguro y ropa con olor a pescado. Vivir cerca del puerto significa, indefectiblemente, volver de largas temporadas de pesca y ver a millas de distancia, paradita en el muelle a la mujer de tu vida, con los pelos al viento y guiándome por los faros de sus ojos. 


Un día no lo esperé, él volvía del mediterráneo y se encontró con un muelle vacío. Estaba harta de las noches de insomnio, de soñar con naufragios, con sirenas horriblemente hermosas y con una carta que se desliza por debajo de la puerta y anuncia lo peor. Lo bueno de vivir cerca del puerto es que todos los días llegan muchos buques que desembarcan a los empresarios que vienen de hacer sus negocios por el mundo. 


Un día no me esperó, yo volvía del mediterráneo y me encontré con el muelle sin el guiar de sus ojos verdes. Me atraganté con mi alegría, ¿dónde estaba ella para contarle que ahora era capitán de la fragata? Ya estaba harto de cargar con redes y pescados, mojarme y helarme en los mares del norte, de insolarme y calcinarme en las costas marroquíes. Lo bueno de vivir cerca del puerto es que abundan los bares de buen whisky y dos por tres aparecen cuerpos sin vida que trae la marea. Uno más, uno menos… 


Tiempo después, empujados por las bombas y el miedo a todo, en especial a Franco, y su vorágine inicial de aniquilar judíos a diestra y siniestra, hoy el mismísimo día que iba a ser nuestra boda estamos escapando en un buque que lucha contra el atardecer violento, de esos que mezclan nubes violetas cargadas de rayos con el mar enfurecido, negro y espumoso. La idea era casarnos en Argentina, apenas pisáramos el puerto, pero la tempestad y el agua que se empieza a filtrar nos lleva a tocar desesperadamente la puerta del capitán para que oficie de juez de una boda en alta mar y con el agua por las rodillas. 


Tiempo después, empujado por las bombas y el miedo a todo, en especial a Franco y su pasatiempo favorito de liquidar comunistas, hoy, un día cualquier decidí zarpar al Nuevo Mundo para nunca más volver. Pero se que no vamos a llegar, el agua que había entrado ya me pasaba los tobillos, en horas respirar sería una utopía. En medio de la tormenta escucho que alguien golpea tres veces mi puerta, y apenas la abro un rayo ilumina el cuarto de comando. Ahí estaban los dos paraditos. 


Lo veo alejarse al marinero devenido en capitán, en un barco de rescate, con su ropa arreglada que ya no lleva olor a pescado, mientras a mi se me cansan los brazos, tiemblo y siento como los latidos de mi corazón van apagándose, me desprendo de a mi prometido, ya no me quiero casar con él, lo quiero al capitán. 

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