Triste historia de un superhéroe


Sale seguido la pregunta entre amigos, quizás medios pasados de alcohol u otras sustancias y cuando ya no queda más nada de qué hablar: ¿Qué superpoder tendrías? ¿Qué harías con él?
Quizás dirías volar para mirar todo desde arriba, teletransporte para llegar más rápido a los lugares, súper fuerza para vengarte de todos los que te jodieron en la primaria o, lo más probable, es que elijas invisibilidad pero no te animarías a decirlo porque quien sabe para qué travesura lo usarías.
Lo cierto es que todas las personas que pisaron este planeta y tenían súper poderes los usaron para cosas trascendentales. Ya sea para hacer el bien o el mal. Héroes o villanos. Salvadores o destructores.

Manuel tenía 5 años cuando se bañaba con su hermano gemelo. En esos ratos, el deporte favorito era picapared con un patito de goma, eran partidas increíbles. Cierta vez, Manuel, desesperado por ganar, buscó una pelota-pato que ya se iba por arriba de su cabeza y en su afán de no perder el partido se echó para atrás y se golpeó de lleno la nuca contra el lavamanos.

Después de ese día y unos 13 puntos en la sabiola, la mamá de los gemelos suspendió el deporte de "alto riesgo". Manuel y su hermano estaban en búsqueda de una nueva competencia acuática cuando a Luca se le ocurrió el nuevo desafío.

"Vamos para abajo del agua y el que aguanta más tiempo gana", propuso Luca.
Ambos estaban en esa edad que no comprendían muy bien cómo funcionaba el sistema respiratorio, pero los dos sabían muy bien por experiencias veraniegas en el mar que abajo del agua no se podía respirar. También sabían lo suficiente como para entender que si no respirar, donde sea que estés, te morís.

"Tengo miedo ¿y si pasa algo?", pregunto Manuel que todavía estaba asustado por su reciente visita al cirujano.

Un par de chicaneadas de su hermano bastaron para que Manuel accediera. El juego era muy fácil, iban a tener tiempo para "cargar aire" y cuando estén listos contarían hasta tres. En ese momento irían abajo del agua y el que primero volviese a la superficie perdía.

“1, 2,3”, contó Luca y los dos cuerpecitos desaparecieron. Sus oídos se llenaron de agua y apretaron los ojos bien fuerte, les pareció tener un flasback, seguramente era de cuando compartían vientre y flotaban sobre un líquido tibio, con los ojos cerrado.

No paso mucho tiempo hasta que Luca volvió a la superficie, cuando vio a Manuel, totalmente estático, aun reteniendo la respiración dudo de su honestidad y pensó que, seguramente, había salido del agua para respirar antes de que él se quede sin aire. Pasaron unos segundos más y Luca ya estaba enojadísimo con su hermano, estaba seguro que había roto las reglas del juego. Se desquitó pegándole una piña en el hombro. Salpicó todo, pero Manuel seguía como una momia bajo el agua.

Unos segundos más, quizás minutos. Al principio Luca miraba el cuerpo inerte de su hermano con envidia, después con confusión y por último con preocupación. No estaba seguro, pero creía que estar tanto tiempo sin respirar no era normal. Y de los que si estaba seguro era de que no se podía respirar debajo del agua.  

¿Se habrá muerto? ¿Estará vivo? ¿Con quién voy a jugar ahora en la bañadera?

Esos pensamientos le rondaban la cabeza cuando escuchó el grito de su mamá. Era la hora de salir de la bañadera, además el agua ya había dejado de estar calentita hace rato y los pies y las manos se la habían puesto como los de su abuela Tita.

Luca desesperado empezó a agitar a su hermano y el agua rebalsaba por los costados. En ese momento, Manuel hizo un gesto que tranquilizó a su gemelo. Sacó la mano derecha del agua y le marcó con la palma extendida que espere, e inmediatamente levanto el pulgar. Todo estaba bien.
Luca no estaba del todo seguro si lo que estaba haciendo su hermano era humanamente posible, o si era algo del estilo de Marvel. Él había aguantado menos de 30 segundos por lo que pudo contar con sus dedos y Manuel ya iba, por lo menos, 20 minutos. ¿Cómo pudo ser? ¿Acaso había encontrado una forma de respirar abajo del agua?

Probó, salió ahogado, con los ojos llorosos y el cerebro lleno de agua. Quizás habría que tragar y así conseguir aire. Fue en vano, el agua tenía un gusto a jabón asqueroso que le costó sacarse de la boca.

“Ya está ganaste Manuel, ganaste te dije, ahora salí”

Cuando escuchó esas palabras distorsionadas que venían desde la superficie, Manuel emergió desde las profundidades. Estaba tranquilo y con una sonrisa enorme. Casi nunca, por no decir nunca, le había ganado a su hermano en un deporte de baño, o en cualquier cosa. Desde el picapared con patito de goma, lanzamiento de bollos de papel al inodoro por arriba de la cortina, ingerimiento de pasta de dientes, pelea con jabones hasta carreras con barquitos, el deporte pionero de las olimpiadas de bañadera. Era la primera victoria de su historial

En la cena, Luca preguntó al pasar, cuanto se podía estar sin respirar. El papá le habló de una tribu de aborígenes de Madagascar que habían perfeccionado la técnica de la respiración para estar 30 minutos bajo el agua para pescar. La madre lo desmintió y le dijo que había visto en las noticias que un submarinista alemán había roto el record mundial consiguiendo un total de 22 minutos en apnea estática.

Después del triunfo contra su hermano llegó el verano y pasó a ser sensación. Primero en las piletas de sus amigos. De las pelopinchos pasó a las piletas grandes, de material, de sus amigos con plata que además tenían la play. Pasaron los años y arrasaba en la pileta del club del barrio y la colonia de vacaciones, hasta se escapaba a los pueblos y se expandía el mito del hombre pez. Venían chicos de 15 años a desafiar a ese chiquitín anfibio de 9 años. Los contrincantes terminaban agitados o inconscientes, flotando, por ir más allá de sus límites. Al salvavidas no le hacia ninguna gracia andar sacando grandulones desmayados por ese juego, quizás andaba molesto porque una tarde también lo retó a aguantar la respiración y si bien el musculoso de sunga roja duró casi 5 minutos, Manuel solo estaba calentando motores a esa altura.

Manuel había entendido algo, no podía estar demasiado tiempo bajo el agua frente a los demás, podían acusarlo, llamar a un zoológico o el FBI. Su técnica, para que no sospecharan demasiado de su naturalidad de fenómeno, era salir apenas uno o dos minutos después que su contrincante perdía. Alguna que otra vez hacía alarde de sus condiciones porque estaba compitiendo con alguno que años atrás lo había molestado o robado figuritas.

Una vez, tuvo la curiosidad de descubrir cuál era su límite. Aprovechó una tarde que sus padres se habían ido a llevar a su hermano a rugby. Quería llevar al máximo su habilidad. Llenó la bañadera, se 
desnudó, preparó el cronometro y se sumergió. Debajo del agua probó hacer algunas cosas como completar el cubo Rubik (no sabía hacerlo fuera del agua ¿porque habría de poder hacerlo bajo el agua?), jugar con su Max Steel y después de un rato le arrancaron a arder los ojos. Así que los cerró y se quedó dormido.
“Manuel, Manuel, ¿estás bien?”, gritó su mamá y lo despertó de golpe. El cronómetro marcaba 3 horas, 15 minutos y 48 segundos.
Después del susto inicial, al verificar que su hijo no había muerto, dejaron pasar la situación, omitir el hecho. Preferían no saber si realmente su hijo había estado tres horas sin respirar. Quedó como uno de esos secretos de familia. Todos saben que algo malo pasó, pero nadie habla al respecto. Pecado de omisión.
Hasta los 15, Manuel siguió siendo campeón indiscutido de resistencia de respiración y de mayor cantidad de piletas sin respirar. Les apostaba besos a las chicas que podía estar más de cinco minutos debajo del agua y en las escondidas se escondía en el fondo de la pileta de natación.
La diversión y la excitación de los primeros años pasó y Manuel pasó a ser uno más. “El que está debajo de agua”, decían todos. Por mucho tiempo no volvió a hacer alarde de su talento.
La primera vez que se planteó la pregunta filosófica fue una tarde de verano viendo una de Superman.

“¿Acaso yo tengo un superpoder? ¿Por qué soy distinto al resto?”, reflexionaba tirado en el sillón. Muy rápido se le olvidó la duda existencial y se fue al baño a hacerse una paja.

Los años pasaron y atrás quedaron las tardes de besos y victorias en la pileta del club. Repitió anteúltimo año del colegio y le costó terminar el último. Decidió no ir a la facultad a pesar de la desilusión y el reclamo de sus padres. Estaba atrapado en su pasado de hazañas, antes estaba rodeado de amigos que festejaban con él, hoy los amigos del campeón habían desaparecido. Se vio obligado a trabajar con su tío que instalaba alarmas y dispositivos de seguridad.

Hasta el propio Manuel parecía haber olvidado su “superpoder”. Con su habilidad podría haber sido biólogo marino e investigar el fondo oceánico por horas y sin ningún traje. O bien buzo rescatista y salvar más de una vida. O algo más simple, como ser el guardavidas de la pileta del barrio. Pero le dio miedo hacerse responsable de tamaño poder.

Prefirió quedarse en la mediocridad de la instalación de cámaras XR-100 o el mantenimiento de alarmas viejas; en fin alejarse de que todos esperen algo grande de él. Muchas baterías de alarmas cambiadas, varías botellas de vino terminadas y cigarrillos consumidos pasaron. Manuel seguía en el negocio del tío, vivía solo en un departamento a dos cuadras de la casa de sus papas y los miércoles pasaba por ahí a buscar comida frizada. Le costaba pagar el alquiler, estaba deprimido y hace años no se hablaba con su hermano que triunfaba en Estados Unidos. Hace dos años, Manuel tocó fondo, no podía salir de su casa, abusaba de pastillas.

Sus padres le insistieron a que vaya a pasar una semanita en Mar de Ajo para cambiar un poco el aire y salir de su casa. Manuel aceptó después de mucha insistencia y prefirió irse antes que seguir soportando a su mamá. Empacó un par de trajes de baño, cigarrillos y unas botellas de whisky.
Como narrador de esta historia les estaría mintiendo si les digo que la crisis de vida de este personaje, no tiene nada que ver con su situación de fenómeno, de héroe frustrado. De cargar con la pesada y dura responsabilidad de estar destinado a grandes cosas pero no hacer nada al respecto.

¿Acaso era realmente su responsabilidad hacer cosas increíbles con su poder?

A veces, se imaginaba como una celebridad, un salvador, millonario como Tony Stark y con una saga de tres películas sobre su vida producida por los estudios Marvel. Pero estaba gordo, con un trabajo que odiaba, solo, en un colectivo que recién en 6 horas iba a llegar a Mar de Ajo. Solo podía ser una película de Woody Allen, con personajes demasiado tristes como para ser verdad.   

Deambulaba borracho por las marinas, era de mañana cuando creyó escuchar un grito y ver a una persona ahogándose en el mar. Dudando si sacarse los zapatos, corrió y saltó despatarrado al agua. El mar estaba embravecido y él apenas podía coordinar sus movimientos. Las mareas lo arrastraban y había dejado de ver a la persona. Remolinos lo llevaban hacia el fondo y el pataleaba hasta la superficie, tenía miedo. Nadaba con dificultades, le dolía el brazo izquierdo y el pecho. Se sentía exhausto. Lo supo al instante estaba teniendo un paro cardíaco.

El funeral de Manuel es breve, poco ceremonioso casi como un trámite. Sus padres, en el fondo, están contentos, negaron la verdad y no creyeron en el informe de la autopsia. Para ellos no había sido un paro, se había ahogado. Su hijo no era ningún fenómeno ni tenía ningún poder, no debería haber sido un gran hombre o héroe. Se consumaba la mentira sostenida por todos estos años en los que no se hablaba del episodio de la bañadera y el cronómetro. Por otra parte, su hermano lloraba a mares. Manuel podría haber sido un superhéroe pero murió como cualquier persona con sobrepeso y fumadora.

Al final, Manuel no tuvo una espectacular película de acción, con explosiones, mansiones, autos de lujo y un amorío con la secretaría sexy. Pero si tuvo un cuento, triste y de unas pocas páginas.

Y vos ¿qué superpoder tendrías?






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