Bloc del Porvenir





En un hospital, se pone el punto final a la mejor leyenda alguna vez escrita en Rosario: la del “Trinche” Carlovich, la del jugador fantasma, la del mito del potrero rosarino. Su figura se alza envuelta en una nebulosa de misterios y relatos grandilocuentes. Cómo salido de la pluma del Negro Fontanarrosa, Tomás Felipe Carlovich tiene en su haber infinidad de anécdotas con tintes míticos que nos impide saber qué es verdad y qué es falso. 

Él fue el chico que amó con fervor a la pelota y se divirtió con ella hasta el último día que entró a una cancha. Él fue el galán que la saco a bailar, con presencia y picardía. El Trinche es la síntesis del fútbol rosarino: es el lirismo, el atrevimiento, la elegancia, el romance. Decían que una vez que agarraba la pelota no se la podían sacar, decían que una vez que te hacía un caño te esperaba para volver a hacer pasar el balón entre tus piernas, decían que él solo quería disfrutar, decían que jugaba en el aire como flotando, decían…

Los relatos mágicos de este jugador de potrero corrían por todos los bares, boliches y canchas de la ciudad. Pronto el país entero se hizo eco de la historia del cinco de un equipo de segunda división que dejó en rídículo a la selección argentina, en un partido amistoso antes de viajar al mundial de Alemania en el 74. Treinta y cinco mil personas estuvieron presentes la tarde que Carlovich humilló a nuestra selección. Todos los habitantes de Rosario aseguran haber estado en las gradas. Todos los que tenían edad para andar correteando por ahí en 1974 afirman haber visto con sus propios ojos como Carlos Timoteo Griguol tuvo que cambiar al Trinche porque así se lo pidió Vladislao Cap, técnico de la selección. Los estaba destrozando. Si contamos a todas las personas que se jactan de haber estado ahí, el partido debería haberse jugado en el Bernabéu.

Esa noche es como la del 25 de junio de 1978, o la de 29 de octubre de 1986 en la que River Plate alzó la Copa Libertadores frente al América de Cali. Una cantidad absurda de personas dicen haber celebrado esos triunfos en las tribunas, pero muchos saben en su interior que estaban en sus casas.

La fantasmagórica figura del jugador se fue desvaneciendo con el paso del tiempo. Casi no hay fotos, apenas algunos recortes y ningún video. Los amagues, los goles y los caños del Trinche solo existen en el recuerdo de todo aquél que lo haya visto con sus ojos. Dichosos los chicos que pasaban las tardes en el club Central Córdoba, benditos los jugadores que lo vieron a tan solo centímetros moverse en puntas de pie, afortunados los rosarinos contemporáneos que hoy rememoran los días en que vieron jugar con el corazón al pibe que entendía a la perfección la esencia del fútbol.

En piedra quedaron grabadas las hazañas del chico que prefirió quedarse en el club que amaba, en vez de irse a jugar al Cosmos de Pelé. Nunca, nadie olvidará al tipo que con la pelota en los pies era feliz. Cuentan que Maradona, cuando llegó a Newells, sintió en la planta de sus pies que a esa tierra ya la había pisado alguien que estaba hecho de su misma arcilla. Muchos años después, en el 2019, Diego conoció al responsable de esas pisadas. El fútbol no los unió en la cancha; podrían haber jugado juntos, pero el Trinche eligió otro camino. El fútbol los unió fuera, ya grandes y nostálgicos. Tanto el uno como el otro admiraban a quién tenían en frente.


“Trinche, fuiste mejor que yo”, le firmó Diego en la camiseta de Central Córdoba.

“Ahora ya me puedo ir tranquilo”, se despidió Carlovich y se abrazaron.


A fuerza de épica, se creó la leyenda de Carlovich. La leyenda de este pibe sencillo y humilde, la de este rosarino que amaba a su ciudad y nunca se quiso alejar, la del futbolista que era mejor que Maradona. Hoy, su amada ciudad le quitó la vida. La Rosario de la violencia le ganó al mito. Un joven delincuente, ignorante de los viejos relatos épicos, asesinó al personaje principal. La realidad venció a la leyenda. Se escribió el capítulo final.


Era tarde y pateaba la noche hace rato, me pesaban los ojos, se me ataban las piernas y había dejado varias botellas vacías. En un momento me quedé estático, paralizado mirando al piso, había una fuerza magnética que no me dejaba avanzar. Levanté la vista y reconocí el portón bordó enseguida, bueno ya no era bordó, ahora era aburrido y negro, pero sabía que era ese. Casi como un impulso me colgué, pasé primero una pierna y después la otra, estaba adentro.

Había, como antes, un aroma a dama de noche que me invadía y me hacía sentir más libre. Me saqué las zapatillas y camine descalzo por el pasto fresco del rocío. Corté una flor, me mojé los pies en la pileta y me quedé sentado un rato largo en el tronco del nogal cortado, que tuviera, tiempo atrás, en la copa, a mi casita del árbol. No hice nada malo, o al menos, eso creo.

Si, es verdad, el jardín no fue suficiente. La puerta de atrás estuvo siempre rota y se abría con una patadita en un lugar preciso. Seguía funcionando. Pero adentro había una sensación de vacío intolerable, las cosas que más cambian siempre son las que no se ven. No me quise quedar mucho tiempo más. Mientras veía el living, espiaba un cuarto y caminaba por la cocina me acordé de peleas, gritos, retos, muertes.
Volví afuera. Nunca hay malos recuerdos en el jardín. Mirando el cantero, donde con mi hermano buscábamos bichos bolita y hormigas, sentí que esa era mi casa y tenía ocho de nuevo. Sabía que no existía guita o cheque que comprase las ventanas rotas por mis pelotazos, las palmeras marcadas con navajas y con cicatrices que dejaban leer el nombre de mi primera novia.

Sentí que ni el dólar o una tarjeta podía comprar esa pileta donde había pasado tantos veranos calurosos y menos aún el banquito abajo del rosal donde me dejó esa misma chica, con su nombre en mi palmera, porque le gustaba mi mejor amigo. Cómo era posible que un papelito verde me quitase el rincón donde me escondía a llorar o esa última esquina de sol que iluminaba la tarde y donde tomaba el nesquik.
La plata podrá comprar una casa pero no mi casa del árbol, no mis risas o mis tristezas en ese jardín. Por eso, cuando vi llegar al patrullero estaba tranquilo, sabía que no existía cargo alguno del que podría ser acusado. Disculpe señor juez, pero eso no fue violación de la propiedad privada, yo solo estaba en mi jardín. Mi casa de la infancia siempre será mi casa.

Cuando era chico, me creía muy gracioso. De hecho, en parte lo sigo creyendo. Pero algo dentro mío, comprendió que mis insultos, mis morisquetas y mis estupideces no eran comedia. Esto pasó la primera vez que vi a Les Luthiers.

Yo era apenas un borrego, mi mamá había vuelto del trabajo con una gran cantidad de sobrecitos naranjas con cds adentro. Eran películas, truchas claro. Una pila enorme: con clásicos como Indiana Jones, con animadas como Madagascar u otras más olvidables como las de Scooby Doo. Me devoré esas películas, las vi durante muchas tardes, una detrás de la otra. Cuando volvía del colegio, a la hora del té mientras tomaba nesquik, los domingos aburridos.

Sin duda, muchas de ellas quedaron en mi recuerdo, pero había algo abajo de todas esas películas que me esperaba ansioso. Una tarde dominguera, me encontré sentado frente al DVD con los sobres en las manos, sin saber cuál volver a ver. Podía repetir Indiana Jones en busca del arca perdida, me encantaba la parte que había un enfrentamiento entre un árabe y el explorador. No se si la recuerden, es esa en que el villano saca una espada y empieza a hacer movimientos espectaculares, en lo que Indiana Jones saca su pistola y lo mata de un balazo.

Esa parte siempre me hacía reír, pero ¿qué sabía yo lo que era hacer reír en ese entonces?

Al final de todos esos sobrecitos, había tres a los que nunca había prestado atención. Todos llevaban la inscripción Les Luthiers, y una frase que completaba el título. Pensé que se trataba de alguna trilogía, al estilo de El Señor de los Anillos: el retorno del Rey, Las dos Torres y La Comunidad del Anillo. Estos se llamaban Les Luthiers: vigesimo aniversario, Les Luthiers: todo por que rías y Les Luthiers: unen canto con humor.

“Se tratará de una serie de películas cómicas”, pensé por los títulos. “¿Qué será vigesimo?”, me pregunté. Solo había una forma de responder estas dudas, así que puse el disco y le di play.

Este grupo ecléctico de cómicos se metió de lleno en mi corazón, con chistes inteligentes pero a la vez absurdos. Mundstock, López, Rabinovich y todo el conjunto de humoristas me llevaron a reír hasta las lágrimas. Lograron lo más complicado que existe: hacer feliz a alguien aunque sea por un minuto.

Tiempo después, tuve la suerte de verlos en un hermoso teatro, cuando aún estaba Rabinovich. Hoy ese teatro es un banco y ni Daniel ni Marcos se encuentran con nosotros. La comedia inteligente de a poco se va extinguiendo. Los bancos siguen aflorando y quienes me hacían reír en la infancia ya no están. 

Pero siempre tendremos el recuerdo. Quedará en mi cabeza para siempre Johann Sebastian Mastropiero, o “el famoso compositor cuyo nombre escapa a mi memoria”. Nunca me olvidare de Esther Píscore, ni de la modificación del himno nacional.


Gracias a ellos, me di cuenta, que ser gracioso no era nada fácil. Que la comedia era un trabajo arduo. Gracias por las risas.




Mis tres recuerdos preferidos son uno solo, pero divididos en tres. Uno solo con tres partes, con principio, nudo y desenlace. Ojo, no lo hago de vago, perfectamente podría haber elegido tres distintos, separados por largos lapsos de tiempo. No es que sufrí de algún tipo de trauma o golpe por el cual solo puedo recordar cierta parte de mi infancia. Y sí, acabo de decidir que la consigna recuerdos preferidos solo puede ser resuelta visitando los cajones de la niñez. No ha pasado tanto tiempo desde nuestra adolescencia como para que los sucesos que allí pasaron puedan volverse preferidos. Los recuerdos preferidos tiene olor a tortas recién hechas, a abuelas con colonia. Los recuerdos preferidos tienen una sensación de una frutilla en la rodilla. Mis recuerdos, casualmente, tienen un poco de todos estos condimentos: las tortas eran tostadas, las frutillas eran por el fútbol o la bici y todo esto pasó entre las calles de la casa de mi abuela y su jardín. Como también ya les dije, tiene un principio, un final y un desenlace. Además, y vale la pena avisar, cuentan con una pincelada nostálgica, que le agrega romanticismo. Siempre pensé que nuestras infancias fueron mucho más aburridas que las de nuestros papás, por eso es necesario ponerle un filtro sepia. 

Principio: la mañana cuando era chico arrancaba temprano para mí, me iba a ver El Zorro y desayunaba solo. Me creía un poronga, ahí sentado con mi nesquik, las tostadas untadas por mí y la posesión del control remoto. No sé cómo, en algún momento marcado por el reloj biológico de los niños, algo dentro de mío me decía que ya era hora de salir, y que los vecinos también ya estaban listos. Casi por arte de magia, salíamos los dos al mismo tiempo, con la bici preparada. Eran días calurosos, así que andábamos tranquilos con la bici, por la sombra, juntando naranjas para tirarles a las ruedas de los autos. Después llegábamos hasta un baldío (sí un baldío, ¿cuando fue la última vez que viste un baldío?) y nos tirábamos a charlar o hacíamos una pista de obstáculos con palos, piedras y tierra. Era como estar de vacaciones sin padres, nos habíamos ido lejos de casa. Unas peligrosas seis cuadras nos separaban de nuestras mamás. Hacíamos carreritas, nos tirabamos naranjazos y, a veces, las probábamos pero siempre estaban feas. Éramos los dueños del barrio, desde Pirovano hasta Pacheco teníamos el control.


Nudo: Después de la comida se venía el clímax caliente de día. Partidos increíbles en la calle, con las patas sintiendo el asfalto caliente que había dejado el sol. Puedo decir que en esos partidos desarrollé mi amor desquiciado por la pelota. Jugábamos mucho, nos sacábamos las remeras chivadas, había peleas, enojos, goles gritados en la cara. Ese momento lo era todo. Pero debo admitir, muy a mi pesar, que en un momento los partidos en la calle se reemplazaron por los partidos en la play.


Desenlace: Un grito o una campana, nos sacaba del ensimismamiento del juego y empezábamos a oler las tostadas con manteca. La re puta madre que ricas que eran esas tostadas con manteca, nunca más pude hacer unas igual. Con manteca sola, nada de dulce de leche o azúcar. Una baguette entera de puro placer. Que lindos eran los días cuando podíamos vivir afuera. Por suerte esto de la maldita cuarentena no me paso a los ocho, ¿un día sin salir? me suicidaba, me trepaba a las paredes, mis papás me echaban por hinchapelotas. Bueno un poco como ahora…


Estos son mis recuerdos preferidos, no son ni uno solo ni son tres, fue una etapa de mi vida.

Hace unos años conocí un mundo nuevo, el mundo de la madrugada, ese que existe antes de que salga el sol. Para mí, antes la vida arrancaba con el amanecer, mi mamá llevándome al colegio y punto final. Ahora habito un mundo un poco más silencioso, frío en invierno y siempre en penumbras. No es que me de miedo, simplemente no hay luz. Es triste, eso sí podría decirse, es como un teatro antes de una función: está el escenario, pero sin los tachos de luz prendidos, sin los actores, solo un par de acomodadores, el backstage.

Ellos son el garita de la esquina que cabecea después de un turno eterno, el obrero que peregrina con el mate bajo el brazo, el barrendero que saluda amable, el canillita y un par de viejitos abriendo la panadería. Después de un tiempo transitando este mundo me di cuenta que uno siempre se cruza con la misma gente. Siempre la misma.

Tengo un TOC, siempre voy al mismo vagón y parece ser que a varios les pasa lo mismo. Esos personajes que se repiten son, la mamá que lleva al nene de guardapolvo blanco, el grupo de pibes que se la pasa gritando, el que llega tarde y entra cuando se está cerrando la puerta cual película de acción (ese que también soy yo) y una chica que es muy linda, aunque sea demasiado temprano como para serlo.

Hace cinco años que veo a la misma gente, todos los días de la semana del último lustro. Eso son muchos días y no sé quiénes son, qué les pasa, cómo se llaman o cuáles son sus sueños y a que le tienen miedo. Por no poder soportar esa ignorancia de no conocer a esa gente que era casi como una familia me fui creando y creyendo una historia en mi cabeza.

Anabella es mamá sola, una mujer fuerte a fuerza de años demasiado hijos de puta. Se le ve en la cara cansada. El nene que va de la mano es Bautista, lo conozco desde que tiene cuatro, ahora tiene nueve y esta enorme. Le encanta el cine, por eso lleva una lunchera de Star Wars, sueña con ser director y arma películas con los muñecos que lleva todos los días. El grupo de chicos viaja desde Campana, van a trabajar a una fábrica en Glew y después siguen juntos para ensayar con su banda de rock pesado. Siempre van animados y escuchando "La 25". A veces hay caras largas, la música no es muy generosa. 

La chica que me levanta un poco las mañanas, especialmente la de los lunes es una idealista y sueña con cambiar el mundo. No ve la hora de conocer todo nuestro país, quiere una familia enorme y, porqué no, un perro que se llame Batman. Le gustan los abrazos, leer a Aldous Huxley y se ríe de cualquier cosa. Hoy me la cruce en un bar, se acercó decidida y clavó sus ojos en los míos. Con una sonrisa me dijo:

"siempre te veo en el tren, me llamo...", no me acuerdo o no me quiero acordar. Creo que prefiero mis historias, que solo existas en mi cabeza. ¿Y si no le gustan los abrazos? ¿Si no se ríe de mis chistes?


Se juntaron en una rondita improvisada apenas sonó el timbre que daba por finalizada la media jornada. Había olor a pubertad. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis cuenta uno de los pibes. Seis: es el número más bajo que está permitido contar en voz alta, cualquiera que sea menor se debe deducir con un simple vistazo.

“Falta Tute”, dijo el Inglés.

“Bueno, ya esta, un gordito más un gordito menos es lo mismo”, disparó el Flaco Souza y nadie dijo nada más, quizás porque tenía razón… 

Y ahí nomás arrancó la discusión:

Bueno que somos seis, que faltan cuatro. Que la Mugre Peralta me dijo que jugaba, que no está porque se rateó en la hora de matemática. Que decile a alguno de tus primos, los que viven sobre Arenales, que no a los de Carabobo, que esos son unos espásticos. Que a Jorgito le avisa el Inglés por teléfono, que son los únicos chetos que tienen línea.

Que solo faltan dos, que juegue el chico nuevo, si ese que viene del interior, que viene de San Juan, que con razón habla raro, que me entere que juega en un club que se llama Desamparados, que si se llama así debe ser un muerto, que yo le aviso.

Que solo falta uno, que le digamos a Tute igual, que si, que no, que si no jodan, que le dice el Monito que es el vecino, que no soy vecino vivo a cuatro cuadras, que vayas en monopatín.

Todos asintieron era un pacto sagrado. A las 5 en la canchita del Club Pueyrredón.


“No para, a las 5 no llego, mi vieja me obliga a ir a inglés”, se avergonzó Fito.


Cinco pares de ojos como puñales se le clavaron en la frente. Rápidamente soltó: “bueno, bueno, voy a llegar”.

Ya está. Saludo va, saludo viene, cada uno a almorzar a la casa, a hacer la concentración, lustrar los botines, inflar la pelota, hacerse una paja. No hay más vueltas.

17hs pelota rueda, todos camiseta adentro, medias altas, salvo el Mugre que se cree Houseman. Falta uno, pero doblando la esquina aparece Fito, se le vienen cayendo los libros mientras se pone la casaca de Platense. 

Si alguna vez se lo preguntaron así es como se organizaba un 5vs5 cuando no existían los celulares, cuando solo un par tenían fijo y la palabra de cada uno valía lo mismo que un partido de fútbol: mucho.

Un día, algún cómodo. invento este aparatito, si ese que tenés en la mano, y las cosas cambiaron…


La Masturbanda - Grupo de Whatsapp - 14:46 pm

Inglés: Quién está para fútbol a las 5?

Fito: A mi me da paja, me quedo jugando a la play

Tute: Yo estoi dnd jgamos?

Mugre: Escribí bien pelotudo
Flaco: Vos sos un muerto Tute no jugas
Inglés: Dejense de joder, juegan si o no. Somos dos con Tute por ahora.

Mugre: Juego 

Flaco: Estoy 

Jorgito: Dale juego 

Jorgito: Che digamosle al chico nuevo, el pibe que es de San Juan

Tute: Kreo q ndie tne el numero 

Inglés: Bueno de baja 

Mugre: Tute sos retrasado o que escribí bien salame

*Monito manda una foto de mina en bolas*

Pajarito: Uh mira con esas dos pelotas podemos jugar al fútbol

Inglés: Dale pajero, estamos armando un partido. Ustedes solo hablan culos. Juegan o no?
Pajarito: jajajaja sisi juego

Monito: Inglés puto, te gusta más el fútbol que las minas
Monito: Juego pero no puedo atajar, ayer me torcí la muñeca.
Pajarito: que pasó agitaste mucho el muñeco?
Tute: Jjjjajajjaasghshhj
Mugre: No sabes ni reirte bobo

Flaco: No jodas Mono atajás igual
Monito: Bueno no juego

Flaco: No juegues, anda con tu novia pollerudo
*Monito ha salido del grupo*
Inglés: Son unos tarados, les dije a mis primos, somos 8 faltan 2
Tute: Cuidado! A partir del 1 de enero del 2014 empezarán a cobrar el servicio de Whatsapp, para conseguir la versión gratuita hace click en el siguiente link: www.piratephonewpp.com.uz
Flaco: Es un virus eso tarado
*Mugre ha eliminado a Tute*
*Inglés ha agregado a Tute*
Tute: Prdn n sbia
Pato: Acabo de ver yo juego
Inglés: Dale solo uno falta

Jorgito: Ahí pregunte por otros grupos, sino que alguien lo ponga en instagram
Inglés: Ok
Jorgito: Listo, viene un amigo de rugby
Mugre: Nono, no me traigas a uno de esos brutos
Inglés: Listo ya esta somos 10, a las 5 en Super Sport Football

Si alguno se quedó en el tiempo, le cuento que así es como ahora se organiza un partido. Es cierto, es más cómodo, podés hacerlo sentado en tu casa y en diez minuto armás un 5vs5.
Pero se perdió algo, ahora en nuestras manos tenemos un aparatito que banaliza tanto el poder de las palabras, que escribir una oración y mandar enviar no vale nada. Que una promesa por Whatsapp, no existe. Y eso le dio lugar a que un grandísimo hijo de remil puta pueda hacer algo como esto:

Estaban peloteando, todos de soquetes y camisetas ajustadas cuando el amigo rugbier de Jorgito colgó la pelota. Mientras la iban a buscar, el Inglés agarró el celu, miró indignado la pantalla y puteó con todas sus fuerzas.


Pajarito: Che sorry me doy de baja

16:52

Jugaron 4vs5 y Pajarito cuando se muera, se va a ir al infierno.

El 14 de febrero de 2005 en el altillo de una casa del estado de San Mateo, California, EEUU tres ex empleados de la empresa de pago online PayPal daban vida a un gigante viral como es YouTube.

El 4 de junio de 2013 en una casa en la localidad de Martínez, Argentina, Wenceslao con tan solo de 12 años se abría eufórico una cuenta de la plataforma digital de los videos.

En esos ocho años que pasaron, YouTube se convirtió en un monstruo de la Internet: cada minuto se suben 100 horas de video; en total 144.000 horas diarias. Es decir, 5.745.350 videos que se ven por minuto, unas 6 mil millones de horas por mes.


Si achicamos la lupa, Wenceslao mira cinco videos de 30 minutos promedio por día, es decir, dos horas y 30 minutos diarios con la nariz pegada a la pantallita del celular, 17 horas y 30 minutos semanales enrojeciendo sus ojos, 70 horas mensuales dando likes y visitas, 6387 horas anuales donde suceden imágenes interminables que van desde youtubers haciendo cualquier cosa, un gameplay  y gente que se tira un balde de agua helada en la cabeza.

Son cifras menores, pero igual de escandalosas.

YouTube mueve cantidades de personas exorbitantes, lo cual significa sumas exageradamente altas de dinero.

El fenómeno arrancó en 2005 y no para. No solo hay gente que ve los videos también hay otros que los hacen.

Como Matute Lera, que nació en 1998 y es un “youtuber” -o aspirante a-. Cuando YouTube apareció él tenía apenas siete años y ni se imaginaba que el 7 de diciembre de 2012 subiría su primer video.

Desde que se creó la multimillonaria empresa pasaron muchas cosas: Matute tenía solo 150 suscriptores en 2013, mientras que YouTube ya había sido comprada por Google a 1156 millones de dólares y seis años después era una de las páginas web con más entradas al día.
Matías ahora tiene 17 años, acaba de volver de su viaje de egresados y puede decir orgulloso que el video que subió de Bariloche ya tiene 9000 visitas y 834 me gusta de los sesenta y poco mil fans. Las visitas diarias y el apoyo de sus seguidores alimentan su sueño de poder vivir de esto. Es que hoy puede ser una manera de ganarse el pan de cada día.

Vaya uno a saber si todo comenzó con el inconfundible problema que tiene todo chico que asiste a un colegio de un solo turno: qué hacer el resto del día. Muchos eligen andar en patineta, jugar al fútbol o aprender a tocar un instrumento. Otros ser youtubers. Es por eso que, una vez terminado el ciclo escolar, Matías va a su casa y mientras come se calza los headphones y mira videos para nuevas ideas.

Una vez que tiene el estómago lleno, arranca a pensar qué hacer, escribe un boceto con las posibles ideas, elige una y se lanza. Después de cortes y tomas las escenas están listas para ser editadas y dejar el video óptimo para subirlo. Aplicar efectos, ponerle música y arreglar problemas.

El proceso lleva horas y el estudio queda relegado: no hay tiempo para los libros de biología o para Smith y su mano invisible. Solo importan PewDiePei y El Rubius, y el deseo eterno de ser como ellos y trabajar de esto.

YouTube abrió una nueva puerta: a través de publicidad y visitas se puede obtener una buena suma de dinero.

A su vez, YouTube ha llevado a los chicos a lugares inauditos, han dejado de jugar videojuegos para ver como otros los juegan, se pasan horas mirando videos y, como si se rompiese la física, ellos ni notan el paso del tiempo.

Wenceslao, por ejemplo, desarrolló una habilidad característica de los millenials: el multitasking tecnológico, que consta de hacer todo mientras que uno está inmerso en el celular. Mientras toma la merienda ve un video, va al baño sigue viendo, hace tarea y, obviamente, ve un video; siempre con la cabeza encorvada y la mirada absorta en el aparatito.

Está jugando a la computadora y ve un video en el celular. Intentar hablar con él es casi imposible, mientras te contesta en un tono elevado se saca los headphones y se escucha a todo volumen la voz neutra de un mexicano. Su vida pasa completamente por esa pantalla: dejó de jugar a juegos para ver cómo otros los juegan; ve videos de grandes jugadas de fútbol, pero nunca intenta imitarlas, y  mira a otros explicando cómo tocar un instrumento, aunque sabe que no lo hará.

“Antes era fanático de ver solamente a youtubers mientras jugaban a los mismos juegos que yo tenía. Eso fue hasta el momento en que me di cuenta que yo podía hacer lo mismo y, que además me gustaba. Pero quien cree que esto es para pibes vagos no tiene idea, porque en todo el momento de creación y elaboración uno utiliza una gran parte del día”, cuenta Matías, un usuario de YouTube “evolucionado”, ya que pasó a formar parte de los que producen y esto, en el mundo de los videos en línea, cuenta como un gran avance.

El año pasado Matías recibió su primera paga vía online y desde eso momento recibe una reducida cantidad mensualmente. “Me encantaría poder vivir de esto, y poco a poco parece que se va haciendo realidad. Es verdad que es muy difícil porque, como yo, hay muchos chicos que sueñan hacer esto”, dice.

En ese caluroso diciembre del 2012, problemático y lleno de materias, dejó aún todas esas responsabilidades para febrero y comenzó con su odisea cibernética. Es verdad que al principio sus padres no veían con buenos ojos el incipiente hobby de su hijo, que acaparaba gran parte de las horas del día y cada vez más exámenes se amontonaban en el verano. Ese año lo pasó arañando y al siguiente sus padres pusieron las reglas claras si quería seguir con su nuevo capricho. solo podía grabar los fines de semana y, para mayor malestar de Matías, una vez finalizado los deberes escolares.

No le quedo otra que aceptar las bases y condiciones. El siguiente año transcurrió sin demasiados sobresaltos en los boletines, pero los seguidores de su cuenta de YouTube estaban estancados. Apenas tenía tiempo, entre tantos libros, de subir videos.

“Después empecé a tener más tiempo y con cada vez más videos empezaron a llegar las visitas. Me pasaba pidiéndole por favor a mis amigos que me vean y recomienden. Ahora mi familia me apoya totalmente, a veces me pasa que entro a la cocina y la veo a mi hermana viendo un video mío”, cuenta Matías.

Pero las acostadas tarde es algo que sigue preocupando a sus papás. “Ellos siempre están atrás mío para que me duerma temprano, pero hasta que no termino el video no paro -dice el joven-. Para mí esto pasó a ser una especie de trabajo”.

La verdad es que con headphones es difícil obedecer las órdenes que te dan. Detrás de esos minutos de fama se esconden pocas horas de sueño y responsabilidades aplazadas. En la lucha por llegar a la cima algunos sacrificios se tienen que hacer, aunque a los padres de Matías no les guste.

Entre los cientos de youtubers que ve Wenceslao uno de ellos es Matute Lera. YouTube ha pasado a ser un medio de entretenimiento súper popular entre los más chicos, esas figuras que suben videos se han convertido en los nuevos ídolos. El año pasado Rubén un youtuber español, más conocido como El Rubius, juntó a 20 mil adolescentes de anteojos, remeras de videojuegos y con olor a pubertad. Los dos fueron a verlo a La Rural y así salieron un rato al aire libre, solo para conocer a quien se comió a mi hermano.


http://puntoconvergente.uca.edu.ar/como-youtube-se-comio-a-mi-hermano/

Entradas antiguas Página Principal

Entradas populares

  • El nuevo pecado capital
    Se juntaron en una rondita improvisada apenas sonó el timbre que daba por finalizada la media jornada. Había olor a pubertad. Uno, dos,...

Categorias

  • fútbol 2
  • guerra 1
  • terror 1

StatCounter

Copyright © 2016 Bloc del Porvenir. Created By OddThemes & Distributed By Free Blogger Templates